Gracias a los adelantos de la física teórica tenemos una imagén más fiel del átomo. Fue modificada la de Neils Bohr que concebía el protón del hidrógeno, como un sol en torno del cual giraba el electrón, considerado como un planeta. Estaba en lo cierto el gran genio danés, al deducir que las orbitas de los electrones eran elípticas como la de los planetas, y que las leyes de la inercia por los cuales estos se desplazanm eran usadas también por los electrones al describir sus vueltas. Conocía desde luego que mientras el sistema solar está accionado por la fuerza gravitacional, el del átomo está accionado por la fuerza de electricidad y estaba al tanto obviamente de otras diferencias básicas en su comparación.
Una de ellas era que mientras nada podía alterar la velocidad de los planetas, los electrones eran susceptibles a las aceleraciones y desaceleraciones. Ambos fenómenos son frecuentes y se producen experimntalmente en los grandes laboratorios del mundo. Fue observándolos como los científicos se dieron cuenta de que los electrones pueden saltar a órbitas superiores absorbiendo energía o descender a las inferriores cediéndola en forma de luz. También advirtieron que aunque un electrón permaneciera en su nivel irregular, sus vueltas no eran sobre el mismo plano sino segadas como las del pabilo en el ovillo. Por esta vía, se han alcanzado novedades que ahora las sabemos, hasta nosotros informadores empíricos, pero que hace medio siglo habrían llenado de perplejidad a los creadores de la era atómica.
Se ha demostrado que mediante grandes estímulos de energíam los átomos pueden adoptar tamaños que hasta los años cincuenta se habrían considerado increíbles. Hace tiempo por supuesto, los físicos teóricos les aumentaban el volúmen , pero precariamente, por eso en una diez mil millonésima de segundo, volvían a su estado fundamental, es decir, a las dimensiones ordinarias que les atribuyera Bohr. El creyó que se podría abombar como el globo de un niño que siempre está a su vista y se desinflara de golpe, con cualquier alfilerazo. Pero los átomos de que hablamos se ejemplarizarían en el globo tan inflado que el niño lo vería como una inmensa esfera cerca de sus ojos.
Este tamaño se debería a qie los electrones, excitados por una fuente energética se alejarían de su núcleo a una distancia entre diez y cinoc veces mayor que la ordinaria. En esta circunstancia puede ser tan pobre la fuerza de atracción entre un protón y un electrón que el movimiento de éste se reduzca a cero. . Estos átomos flojosm débiles y fofos logran sin embargo, existencias largas. La investigación en este campo apasiona a científicos de los Estados Unidos, de la Europa Occidental y de la Unión Soviética, a sabiendas de que los hallazgos pudieran abrir una ventana y sorpresiva fase en la física moderna.
En el Instituto Tecnológico de Massachusetts, Daniel Kieppner, Michael G. Litman y Myron L. Zimmerman han encontrado que en el vació entre electrones y protones de los átomos gigantes, cabe inmumerables átomos normales sin que haya predicciones acerca de lo que pudiera ocurrir en esa extraña interrelacción. La radioastronómos han detectado en el espacio inter-estelar, átomos de este tipo, que ocupan un área un millón de veces superior a la que tendrían normalmente, o sea, en su estado fundamental. Hay unos tan enormes que miden una centésima de milímetro. Diez de ellos podrían reemplazar a los dos millones de átomos que contaríamos en el espesor de una página.
Se les llama átomo de Rydeberg en homenaje al notable espectrocopista de ese nombre, que muriera en 1919. Casi de inmediato la mecánica cuántica le restaba vigencia de Bohr, aunque el mismo se sigue empleando con objetivos pedagógicos e informativos. Ahora los físicos se preguntan la causa de que pierdan frente a los campos magnéticos la resistencia que ofrecen los átomos normales. Se piensa que estos estudios permitiran explicar bien por qué los electrones al perder energía no caen en espirales en el corazón de los protones que los atraen. Se ha comprobado que cuando la materia se dispersa en el espacio debido a colisiones y a cataclismos, los electrones libres se recombinan con protones, para formar átomos de hidrógenos con las inesperadas magnitudes aquí aludidas.
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