24 dic 2009

Hay naves para viajar al espacio pero no existen las requeridas para visitar el interior del átomo.


Los átomos que integran nuestros nervios, la piel de un rinoceronte, el pétalo de una rosa, la estructura del uraniuo, y todo lo que existe, están constituidos por unos ladrillitos redondos que son idénticos. Entre ellos los más conocidos son los protones y los neutrones, que forman el núcleo; y los electrones que giran a su alrededor a grandes velocidades. Si convenimos en que los protones, los neutrones y los electrones son bolitas de diferentes tamaños, aún nos falta saber el origen de su masa y si, a su vez, son el resultado de la unión organizada de sub-partículas que aún no ha llegado a encontrar la ciencia cuya teorioca existencia ha sido planteada en el libro "Las Estructuras del Universo" del desaparecido ingeniero José Pirrone.

En estos 83 años del sigo XIX el hombre logró internarse en tiendas en el laberinto del núcleo atómico donde ha descubierto un miniuniverso tan insondable como el de las galaxias con sus miles de millones de estrellas. No ha podido distinguir con ninguno de sus cinco sentidos las partículas atómicas, y le consta que existen porque ha fotografiado el rastro luminoso que ellas dejan en la cámara de burbujas, hechas de hidrógeno o de propano en estado líquido y a muy baja temperatura. La otra comprobación es que en los rompeátomos el hombre puede hacer que tales partículas sean disparadas hasta encontrar un blanco que inicie una desintegración. Además, están las destrucciones mortales aunque inadvertidas que las radiaciones de partículas produce en el cuerpo de los animales y de los humanos.

Como decía anteriormente, los químicos y los físicos manipulan esas partículas de las cuales cabrían millones en la punta de una aguja. Repito, que el hombre las manipulas aunque su tamaño sea tambien increíble. No sólo ha sembrado el caos de la materia de ese modo, sino que se ha conducido como esos intrusos a quien usted les da la mano y se toman el brazo. En efecto, los investigadores no solo trabajan hoy con los 92 elementos normales de la materia que comienza con el hidrógeno, el número 1, y culminan con el uranio, el número noventa y dos. Ha tenido la osadía de fabricar por su cuenta nuevos elementos más pesados los cuales no existen en la naturaleza. No sabemos si esta intromisión pudiera, a la larga, traer algún desastre como el del aprendiz de brujo, cuando fue incapaz de controlar el hechizo que había obrado.

Los nuevos elementos se han producido añadiéndole protones al núcleo del átomo de uranio. Por eso se llaman Transuránicos y son quince. De ellos recordamos ahora al neptunio, número 93, el plutonio, número 94; el americio, número 95; el curio, número 96; el berkelio, número 97; el californio, número 98; el einstenio, número 99; el fermio, número 100, el mendelevio, número 101, el nobelio, número 102; el lawrencio, número 103, y el kurchatovio, el número 104. Estos elementos no son estables como el plomo, por ejemplo. Uno de ellos se ha dedicado al gran científico Einstein. No creo que le hubiera gustado mucho el homenaje, porque el eisntenio fue descubierto entre los residuos de las pruebas de la bomba de hidrógeno y ya sabemos que el autor de la teoría de la relatividad murió deplorando el empleo de la ciencia con fines destructivos a la dignificación del hombre.

Los hallazgos en el micromundo del átomo son tan impresionantes, lo he dicho otras veces, como los realizados en el colosal espacio que sirve de morada a las estrellas. De acuerdo con las posibilidades físicas, el hombre, viajando en sus naves más superveloces, nunca pasaría de la próxima esquina que bien puede estar situada después de la vecina estrella Alfa Centauro. Sus probabilidades de explorar la totalidad del cosmo no existen. El caso paradójico es que tampoco, al parecer, podrá alcanzar los medios que le permitan divisar ni las vías ni las dimensiones infinitesimales ocultas en el corazón del átomo.

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