25 dic 2009

En nuestros cuerpos y en sus alrededores los electrones se mueven a la velocidad de la luz, pero no los sentimos.



Los electrones son tan chiquitos que al lado de ellos lucirían como montañas los corpúsculos flotantes en el rayo de luz que penetra en una habitación a oscuras. Nunca llegaremos a verlos, porque están en las vecindades de la nada. Su masa es tan mínima que constituyen una parte insignificante del átomo a que pertenecen. El electrón es 1837 veces menos que el protón. Sin embargo, cada electrón tiene una carga de electricidad negativa inversamente igual a la carga de electricidad positiva para cada protón. Los electrones orbitan al núcleo atómico como los planetas orbitan al Sol. Mas sus velocidades son tan vertiginosa que el solitario electrón del átomo de hidrógeno gira en torno de su núcleo cien mil billones de veces por segundo.

El inmenso don deductivo del hombre se puede medir por el hecho de que hace ochenta y cinco años, cuando eran precarios los recursos técnicos de investigación, J.J. Thompson, de la Universidad de Cambridge, detectaba la existencia de esa partícula hasta entonces desconocida. ¿Cómo hacen los físicos y los químicos para captar la presencia de tan invisibles fragmentos de materia? Ninguna de las partículas que forman el átomo se pueden advertir con ninguno de los cincos sentidos. Sin embargo, los científicos pueden seguir sus huellas como un detective las del hombre que persigue. Los científicos se las ingenian para hacer que esas partículas choquen contra placas de sulfuro de zinc. Al producirse el choque se registra un destello luminoso que pueden fotografiar. Mediante las observaciones de estos rastros de inteligencia ha ido internándose en el mundo inasible de lo infinitesimal.

Los protones, los neutrones, los mesones y otras partículas del átomo están dentro del núcleo como en un calabozo aunque se mueven constantemente. Esos presos sólo escapan transformados. Por ejemplo, el neutrón sale de ahí solo cuando se convierte en un protón, un electrón y un neutrino. Este no tiene carga eléctrica y poquísima masa. Con estas características no se ha dejado de explorar y le sigue jugando a la candelita con quienes intenta examinarlos. Los electrones conservan opciones para recobrar la libertad. Habitualmente se mantienen practicando el deporte de volar indefinidamente alrededor de los atómicos núcleos. Pero algunos de los electrones ubicados en la capa más exterior del átomo, se dan el lujo de cambiar residencia y se llaman electrones libres.

Estos últimos son los que se cambian de un átomo a otro o de una molécula a otra a través del cobre, del oro o plata, para producir con eficiencia a esa extraña señora que es la electricidad. No todos los electrones están dotados de tal privilegio. Hay unos que son fieles a sus orbitas y no se mudan a sus nuevos domicilios. Estos electrones los encontramos en el vidrio y en la porcelana, que por eso son aislantes, y se niegan a conducir la electricidad aunque los acusen de mal educados. Nos quedamos boquiabierto cuando fracasamos en el deseo de explicarnos de donde sale la energía de los electrones o la de los protones. Esta energía es eléctrica, como la de nuestros motores. La que utilizamos en ellos se agotaría si no pagáramos la cuenta de la compañía que nos suministra el servicio. Más esa fuerza eléctrica del átomo podría mantenerse a perpetuidad y la ciencia ignora porque es inagotable o quién la renueva continuamente. Los electrones están en el interés inmediato de todo ser humano. Son despedidos por los bombillos que nos alumbran, y los distinguimos dibujándonos las imágenes que aparecen en los televisores.

Se ha establecido que los electrones guardan una íntima relación con nuestra salud. La ausencia de los electrones daría lugar a muchas enfermedades y su presencia en número adecuado no sólo sería un buen antídoto contra el mal humor y la neurosis, sino un medio para restablecer la dinámica de nuestro organismo. Nuestro cuerpo es un imponderable océano de átomos diversos, que también pierde electrones o ganan. De esta manera se ionizan, es decir, se vuelven positivos o negativos, prescinden de su equilibrio neutro, y causan sus efectos, no bien estudiado aún, en nuestras células y en nuestros tejidos. Ni a los médicos más escépticos les cabe duda hoy, sobre la importancia de los fenómenos físicos que acontecen en nuestras carnes, en nuestras vísceras, o en nuestro cerebro debido a la hormigueante inquietud de los electrones que reservan gratas sorpresas para el porvenir de la vida

No hay comentarios:

OTROS BLOGS DEDICADOS A ARISTIDES BASTIDAS: